lunes, 23 de febrero de 2009

ANTONIO MACHADO: HACE 70 AÑOS


Paco Ibáñez pedía ayer permiso a Antonio Machado para apoyar su pie sobre la lápida del cementerio de Collioure (sur de Francia) y dar así sustento a la guitarra. Luego se arrancó con "Ya hay un español que quiere / vivir y a vivir empieza...", de Proverbios y cantares. Apenas se le oía, la tramontana soplaba con fuerza y sacaba brillo al cielo. Pero cuando llegó a la estrofa de "Españolito que vienes/ al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón", la consigna se extendió como reguero de pólvora entre las 300 personas reunidas y fue un canto unánime y entrañable para recordar al poeta muerto hace 70 años y a los ideales republicanos a los que fue fiel hasta el último día.

Ha sido un fin de semana muy activo para la memoria histórica en la zona del Rosellón francés. El sábado por la mañana hubo una marcha desde la alcaldía de Argelès hasta la entrada norte de lo que fue el campo de refugiados -a 2,5 kilómetros- en la que tomaron parte unas 1.500 personas, convocadas por la modesta -350 afiliados- pero muy activa asociación FFRREEE, siglas francesas de Hijos e Hijas de Republicanos Españoles y Niños del Éxodo. Al frente la teniente de alcalde de París, Anne Hidalgo, hija ella misma de refugiados españoles, la marcha ganaba la playa y colocaba un mojón para marcar el acceso más septentrional del campo, abierto a mediados de febrero de 1939. La apertura de fronteras el día 5 de ese mes propició que entraran en el departamento de los Pirineos Orientales más de 350.000 personas, entre civiles y militares, de los cuales se calcula que unos 100.000 pasaron por Argelès. Un drama humanitario de dimensiones colosales.

Josep Umbert, 85 años, lo vivió en directo. Tenía 17 años y trabajaba en la fábrica Hispano-Suiza de Barcelona. Los fascistas tiraban ya desde el Tibidabo cuando a él le dieron orden de cargar maquinaria en el camión y salir hacia Francia. Pasó la frontera a pie, por Espolla, y caminó hasta Argelès, a unos 35 kilómetros al norte. Llegó cuando el campo aún no estaba montado, si campo puede llamarse a una playa peinada por el frío viento y cercada por alambradas, sin barracones ni letrinas. "Los que más suerte tuvieron fueron los paracaidistas, que pudieron hacerse tiendas de fortuna. Los demás nos juntábamos para compartir las mantas. Echábamos a suerte los que dormían en los extremos, que eran los que pasaban más frío". Los gendarmes senegaleses les trataban a patadas. La frase que más repetían era "Allez, allez!". Umbert recordaba toda esta epopeya ante un camión quemado y dos barracones de attrezzo, montados por TV-3 para un reportaje que ha acabado de grabar y que emitirá el próximo mayo.

Pero no todo habían de ser malos tratos. Está por ejemplo la edificante historia de la maestra suiza Elisabeth Eidenbenz, la cual montó en un casón modernista de las afueras de Elne una maternidad para las refugiadas en la que nacieron cerca de 600 niños. La historia, publicada en 2006 por Assumpta Montellà, ha dado pie a un montaje teatral y a una película que se rodará próximamente, dirigida por Manuel Huerga.

El corazón de este intenso final de semana dedicado al recuerdo había de ponerlo Paco Ibáñez en un recital celebrado la noche del sábado en Argelès. Que la memoria republicana está muy viva en la zona volvió a demostrarlo el hecho de que se movilizaran cerca de 1.300 almas, por encima del aforo previsto. Paco, acompañado en algunas canciones por el guitarrista Mario Mas y en algunas otras por su hija Alicia, fue desgranando, en medio de un silencio conmovedor, el repertorio habitual de sus exilios poéticos, de Alberti a Goytisolo, pasando por León Felipe, Góngora, Neruda, García Lorca, Blas de Otero y Gabriel Celaya (canturreado tímidamente por el público cuando llegó al mítico "estamos tocando el fondo"). Ya en los bises le pidieron que cantara A galopar y él dijo que la cantaría, aunque le sonaba un poco a "florero", pero al final cambió de idea y en su lugar colocó un ¡Ay, Carmela! que, esa sí, fue coreada por el auditorio puesto en pie. "Es que este sí es de verdad su himno", razonaba el cantante mientras daba cuenta tras el concierto de un buen plato de cus-cus, montado allí mismo por los infatigables hijos de los republicanos.

Ayer por la mañana, sin afeitar, pero con el espíritu de servicio a la memoria intacto, ahí volvía a estar Paco Ibáñez en el pequeño cementerio de Collioure, junto al alcalde de Soria, Carlos Martínez, y la consejera de Cultura de la Junta de Andalucía, Rosa Torres, escuchando poemas recitados, antes de intervenir él. Un equipo de Canal Sur le preguntó si le parecía bien que los restos del poeta, que yacen junto a los de su madre, muerta cuatro días después, permanecieran en Francia. "No sé, pregúntenselo a él", fue su cáustica respuesta.

Trasladar esos restos sería sin duda hacerle un flaco favor a la memoria de Francisco Ortiz, que se alistó el 24 de julio de 1936 en contra del parecer de su padre -"más vale morir de pie, con las armas en la mano", le dijo-, luchó en Brunete y Guadalajara y pasó la frontera por el Caningó, el imponente macizo blanco que señorea el llano. Ortiz pasó por Argelès, más tarde los alemanes le deportaron a Mauthausen, donde fue liberado por los soviéticos casi tres años después y aún encontró fuerzas para unirse a la división del general Leclerc y liberar París en junio de 1944, la primera victoria que podía contar en muchos años de vida militar. Hoy es un anciano bien trajeado que vive en Perpiñán, con la familia de su hijo. Esa memoria nadie está autorizado a arrebatársela. Las movilizaciones para que perdure son numerosas, a uno y otro lado de la frontera y eso le da paz, tras tanta, tanta guerra.

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